La instalación de calderas de condensación puede suponer un gran beneficio al usuario ya que éstas alcanzan un alto rendimiento (de hasta el 109%) y pueden llegar a producir un ahorro de hasta el 25% con respecto a una caldera convencional.
Sin embargo, en la mayor parte de las instalaciones realizadas antes del RITE (Reglamento de Instalaciones Térmicas en Edificios) la temperatura de diseño en la impulsión de los radiadores está establecida en 80º con temperaturas de retorno superiores a 60º. Por tanto, en este supuesto, una caldera de condensación no tendría sentido porque para poder aprovechar la energía de condensación la temperatura de retorno del agua debería estar por debajo de los 55ºC.
Pese a ello, es posible compatibilizar la tecnología de condensación con las instalaciones existentes. Esto se debe a que los condicionantes anteriormente mencionados son impuestos para las circunstancias más extremas de demanda, es decir, cuando la temperatura exterior es mínima. Esto ocurre en un porcentaje muy bajo de días en invierno ya que la temperatura exterior durante todo el periodo de calefacción es más elevada. Por ello, dado que las instalaciones se diseñan para temperaturas muy bajas, cuando éstas son más benignas las necesidades de calor de los edificios son evidentemente menores, este hecho favorece el uso de calderas de condensación que trabajan así en condiciones de máximo rendimiento durante un número elevado de horas al año.
Como ejemplo, para una temperatura interior en la vivienda de 21 ºC (mínimo admitido por la IT 1.1.4.1.2) y para la zona climática D3, que corresponde a Madrid, para un total de 4.791 horas de calefacción necesarias al año, la posibilidad de poder estar condensando sería de 3.929 horas, es decir un 82 % del total del periodo de calefacción.
En Madrid, una caldera de condensación puede estar trabajando en condensación prácticamente desde temperaturas exteriores de 4 ºC hasta temperaturas de 21 ºC, lo que significa que en la mayoría de los días de invierno este tipo de caldera ofrece una alta prestación y por consiguiente una mejora energética.
El número de horas que la caldera entra en régimen de condensación resulta fundamental para conseguir un mayor aprovechamiento de la misma, además de para la elección del tipo de combustible y las condiciones de diseño de la instalación.
Basándonos en esta iniciativa, siempre es mejor trabajar con temperaturas de retorno bajas, para así obligar a los humos de la combustión a llegar a temperaturas de condensación y por consiguiente, liberar una energía extra.
A esto se le añade que una de las mayores pérdidas energéticas que tienen las calderas son las pérdidas de calor sensible de los humos, que son directamente proporcionales a la temperatura de éstos. Por ello, si la condensación reduce la temperatura de humos está también reduciendo de manera muy notoria estas pérdidas, incrementado el rendimiento estacional de las calderas, y por consiguiente consiguiendo un ahorro económico en la factura energética.
Bibliografia utilizada: DTIE 10.05 «Principios básicos de las calderas de condensación”, ATECYR. ISBN: 978-84-95010-30-8