En un entorno laboral cotidiano hay momentos en los que salen a relucir expresiones como ¡tienes mucha suerte en el trabajo! ¡qué suerte tienes! ¡Vaya suerte! Cuando los compañeros consiguen un ascenso o una mejora en su entorno laboral, se atribuye a la suerte este tipo de méritos.
Para empezar tenemos que preguntamos ¿qué influye en la suerte? ¿Afecta al entorno laboral? No nos referimos a cruzar los dedos o evitar pasar por debajo de una escalera. Existen maneras más científicas para ello.
Acostumbramos a cometer dos errores fundamentales a la hora de valorar nuestra suerte. El primero es pensar que somos responsables de nuestra buena suerte, pero no solemos creer que somos responsables de nuestra mala suerte. El segundo es creer que la suerte sólo favorece a aquellos que están en el lugar adecuado en el momento adecuado, cuando en realidad depende en gran parte de tener la mentalidad apropiada: prestar atención a las oportunidades que nos presentan y exprimirlas.
Richard Wiseman es un académico inglés bastante particular; dedicó una década a estudiar a las personas que se consideraban afortunadas, así como a las personas que se consideraban desafortunadas. Llegó a la conclusión de que hay básicamente tres factores para explicar por qué las cosas buenas siempre pasan a las mismas personas, que fueron desarrolladas en su obra ‘Nadie nace con suerte’.
- Primer factor: los individuos con suerte acostumbran a hacer caso a sus corazonadas. Los desafortunados ignoran su propia intuición y luego se arrepienten de la decisión tomada. Con la suerte se pone en funcionamiento la inteligencia intuitiva que defiende Malcolm Gladwell en su libro titulado, precisamente, ‘Inteligencia intuitiva’.
- Segundo factor: Los individuos con suerte perseveran cuando sufren un fracaso, mostrándose siempre optimistas: acostumbran a pensar que sucederán cosas buenas.
- Tercer factor: Los individuos con suerte tienen la habilidad de convertir la mala suerte en buena suerte. Ante la obligación de llevar a cabo un cambio, los afortunados suelen afrontar el cambio como algo deseado o positivo. Los psicólogos llaman a esta capacidad “mentalidad de inversión”: poder imaginar al instante que las cosas podrían haber sido mucho peores, pero que afortunadamente no lo son.
Ben Sherwood, en su libro ‘El club de los supervivientes’, profundiza en esta sensación (sentirse con suerte) refiriéndose a lo que ocurrió entre los atletas que participaron en los Juegos Olímpicos de 1992 en Barcelona, que fueron estudiados por los psicólogos de la Universidad de Cornell: los ganadores de la medalla de bronce eran más felices que los atletas que ganaron la medalla de plata, “resultó que los medallistas de plata se sentían muy frustados al pensar que estuvieron a punto de ganar la medalla de oro”. No contextualizaron su gloria en el triunfo sobre otro deportista olímpico, sino en su derrota en la final.
¿Podemos aprender a tener suerte en el trabajo?
El investigador Richard Wiseman creó una especie de “escuela de la suerte” donde seleccionó a los menos afortunados y les enseñó a pensar como los más afortunados. Asegura que meses más tarde, el 80% de los más “gafes” se sentían personas con suerte al haber logrado muchos retos que hasta aquel entonces no habían alcanzado. La vida de aquellas personas mejoró notablemente en todos los aspectos.
Finalmente, la suerte es también una cuestión mental y de hábitos.
Las personas afortunadas:
- Son expertas en crear y notar oportunidades casuales.
- Toman decisiones afortunadas al escuchar su intuición.
- Crean profecías autocumplidas mediante expectativas positivas.
- Adoptan una actitud flexible que transforma la mala suerte en buena suerte.
Las personas con mala suerte no siguen su intuición, pues realmente no confían en sí mismos, y por tanto creen que su intuición les va a hacer tomar una mala decisión.
Mientras que la misma “sensación” para la persona afortunada se llama “corazonada”, para la desafortunada suele predecir un “mal presentimiento”.
Las personas con mala suerte suelen ser personas de rutinas fijas. Tienden a hacer las mismas cosas y hablar con las mismas personas. No introducen variedad ni diversificación en sus vidas. Nunca salen de esa zona de confort, y por tanto, aun no teniendo mala suerte es muy difícil que les encuentre la buena.
Con este tipo de premisas, tanto en la vida personal como en la laboral, siguiendo una serie de pautas lo que se conoce como suerte, se puede provocar y conseguir mejores condiciones y resultados en el trabajo.