Dice Marshall Rosenberg en su libro “Resolver conflictos de manera no violenta” que no debemos hacer nada que no sea fácil. Sorprende esta declaración, y mucho más a los que pertenecemos a las generaciones Baby Boomer y X, que nos hemos desarrollado en la cultura del esfuerzo y la superación.
Esto hace que la neguemos de forma rotunda al leerla por primera vez, pensando que casi todo lo que merece la pena cuesta esfuerzo conseguirlo. Sin embargo, profundizando en el sentido del texto, cada vez sorprende menos y genera menos rechazo, hasta llegar al punto de suscribirla.
¿Cuál es ese matiz que hace que una frase tan controvertida como la que inicia este post, oculte un significado más profundo y convincente? Desde nuestro punto de vista, es el propósito, tema sobre el que ya hemos publicado algún artículo en ese blog.
En este caso, Rosenberg habla de lo importante que es saber por qué y para qué hacemos las cosas, buscarles el sentido, el propósito, para que resulte fácil. Con frecuencia tenemos que realizar tareas que ni nos gustan ni son fáciles, pero hacerlas en obligación, sin querer, sin entender para qué las hacemos, las convierten en tediosas y se nos hace cuesta arriba dedicar nuestro tiempo a ellas. Llenamos nuestra vida de “tengo que”, en vez de “quiero” o “voy a”, incluso en actividades que nos resultan satisfactorias (“tengo que ir a una fiesta”).
En ningún caso estamos hablando de despreocupación al decir que tenemos que hacer fácil la tarea; por el contrario, se trata de tener claro para qué sirve
Si nuestro lenguaje interior y verbal es de obligación aun en los casos en que vamos a realizar algo placentero y voluntariamente, más negativo se volverá cuando vayamos a hacer algo que ni nos apetece ni lo hemos elegido. Y es en este último caso cuando el propósito se vuelve relevante a la hora de “facilitar” la tarea.
En ningún caso estamos hablando de despreocupación al decir que tenemos que hacer fácil la tarea. Por el contrario, se trata de tener claro para qué sirve eso que voy a hacer, a quién beneficia, en definitiva, afrontarla con un pensamiento positivo.
Veamos un ejemplo. Muchas personas realizan trabajos que no les gustan, y cuyo único objetivo es ganar un salario con el que mantener su modo de vida. Decirse cada mañana al levantarse “otro día para hacer lo mismo, qué aburrido/sacrificado/insoportable es este empleo”, nos quita la energía necesaria no solo para hacer bien eso que estamos obligados a hacer, sino que también nos la quita para buscar alternativas a esa situación.
Sin embargo, ante la misma situación, otra persona puede levantarse pensando que sí, que tiene un trabajo aburrido, o sacrificado, pero que le está permitiendo aprender, adquirir experiencia, pagar facturas o posibilitándole dar el paso a un empleo mejor en un plazo determinado. Y quizá, cuando no somos capaces de encontrar ningún propósito, nada que nos haga abordar la tarea de una forma más fácil porque no encontramos el para qué, tal vez sea el momento de plantearse que hay que dejar de hacerlo.
Al final, en muchas ocasiones, nosotros mismos nos hacemos difíciles las cosas con un lenguaje pesimista y destructivo, sin asumir nuestra responsabilidad en mejorar esa situación, con una actitud victimista hacia los demás, y lo que es peor, hacia nosotros mismos.
Hagámonos fáciles las cosas, entendamos para qué las hacemos, que beneficio reportan a uno mismo, a la sociedad, a la familia, porque buscando un propósito las cosas resultan más fáciles, y si no encontramos nada positivo, posiblemente ha llegado el momento de salir de la caja de confort.