El término compromiso ha tenido mucha presencia en este blog de empleo, al tratarse de un concepto clave en el ámbito laboral. La perspectiva desde la que abordaremos este constructo varía en este artículo, ya que lo contrapondremos al término obligación.
Antes de preguntarnos ¿estoy en compromiso o estoy en obligación?, merece la pena profundizar en las diferencias entre ambos conceptos, las cuales se dan tanto en un contexto personal como profesional, y que nosotros abordaremos centrándonos en este último.
Si nos remitimos al diccionario, veremos que compromiso y obligación tienen connotaciones muy parecidas, y es precisamente en el ámbito profesional en el que se ha instaurado un matiz claramente diferenciador entre ambos: el compromiso es obligación, pero obligación elegida, es decir, el profesional decide comprometerse con sus proyectos, empresa, profesión, etc. Por tanto, lo que diferencia compromiso de obligación en este contexto es la voluntariedad.
Sin embargo, en uno y otro caso utilizamos habitualmente el “tengo que”, en modo obligación. Pensar en términos “tengo que” o en términos “voy a” o “quiero hacer”, supone una diferencia de calado, es más potente, ya que presupone voluntad: “tengo que ir a una conferencia” tiene connotaciones diferentes a “voy a ir a una conferencia” o “quiero ir a una conferencia”. Por tanto, ya que el compromiso se genera a través de la voluntariedad, nos sentiremos más comprometidos pensando y hablando en un lenguaje de compromiso en vez de un lenguaje de obligación. La voluntad de hacer algo pone al compromiso en acción y lo transforma en una realidad, en tanto que los “tengo que” se quedan con frecuencia en mero pensamiento y no llegan a transformarse en acciones, porque las obligaciones, como concepto, son menos atrayentes.
Cuando elegimos, nos comprometemos. Qué duda cabe que todos tenemos obligaciones y debemos cumplir con ellas, pero no es este el matiz sobre el que elaboramos este artículo, sino que queremos poner el acento en el hecho de que elegir significa ser coherente y poner todos nuestros esfuerzos en ese algo con los que nos hemos comprometido.
Esta coherencia se manifiesta en la acción: si decimos que estamos comprometidos con la sostenibilidad del medio ambiente, pero ninguna de nuestras acciones demuestra ese respeto hacia nuestro hábitat, con lo que estamos comprometidos es con el descuido de nuestro medio natural. Muestro mi compromiso con el medio ambiente reciclando, por ejemplo, y si no lo hago, o lo hago solo por temor a una multa, estoy en obligación, no en compromiso.
De ahí la importancia de que nuestros pensamientos y lenguaje utilicen términos de compromiso y no de obligación: “tengo que ir a un curso” no significa lo mismo que “quiero ir a un curso”. Utilizar un lenguaje de obligación tiene un matiz negativo que nos sitúa en una posición victimista, poco motivante. Por tanto, hablar y pensar en términos positivos fomenta el compromiso, y lo contrario fomenta un sentimiento de obligación que nos puede paralizar y hacer que demoremos acciones simplemente por sentir que estoy obligado a ello.
En ocasiones, tal como señalan Silvia Guarnieri y Miriam Ortiz de Zárate en su libro “No es lo mismo”, el compromiso se ha convertido en obligación porque hemos hecho una promesa que no somos capaces de romper. Sin embargo, cuando las circunstancias en las que hicimos la promesa cambian, existe la posibilidad de volver a plantear la situación a la persona a la que hicimos la promesa, y que nuestra acción vuelva a ser de compromiso.
Por tanto, ¿estamos en compromiso o estamos en obligación? No es una cuestión solo de cambiar el lenguaje, y decir “quiero” en vez de “tengo que”, sino de modificar nuestra forma de pensar, haciéndola más positiva, y sobre todo cambiando las acciones para mostrar ese compromiso: no puedo decir que estoy comprometido con la puntualidad y llegar siempre tarde, ya que en ese caso mi compromiso es con la impuntualidad. El compromiso conlleva acciones coherentes con aquello con lo que nos hemos comprometido, la obligación es impuesta, no elegida, y paraliza las acciones. Aceptar las dificultades y obligaciones que suponen el día a día es necesario, nadie lo cuestiona, pero aquí nos referimos al gran potencial que tiene en la vida profesional ser capaz de comprometerse y actuar en coherencia con el compromiso.