En noviembre de 2014 iniciamos una serie de artículos acerca de la empleabilidad y algunas de las dimensiones que la configuran: apertura al cambio, proactividad, motivación profesional, resiliencia e identificación con el trabajo. En distintos artículos hemos ido profundizando en cada una de ellas; hoy finalizamos el análisis tratando el último aspecto de dicho constructo: la identificación con el trabajo.
Definíamos la identificación con el trabajo y la carrera profesional como la fuerza que provee motivación (dirección y propósito) a los esfuerzos que se realizan en el ámbito laboral, y que constituye un soporte muy sólido para la empleabilidad.
La identificación con el trabajo se puede abordar desde diferentes perspectivas. La primera podría vincularse al hecho de elegir como profesión aquella a la que nos sentimos vocacionalmente orientados, ya sea porque coincide con nuestros intereses (el medioambiente, la física, la enseñanza, las telecomunicaciones, etc.), o porque creemos tener especiales aptitudes para ello (música, matemáticas, servicios sociales, finanzas, ONG’s…). Desde este punto de vista, intentar convertir en nuestra profesión una actividad que nos interesa personalmente o para la que nos sentimos especialmente capacitados, nos ayudaría de forma considerable a identificarnos con ella y por tanto daría sentido a los esfuerzos que haya que realizar para alcanzar el éxito en este propósito, es decir, estaremos más dispuestos a luchar para conseguir algo con lo que nos sentimos plenamente identificados, lo que asegura parte de ese éxito.
Por ello, el sistema educativo debe facilitar las herramientas para que las personas puedan elegir profesión siendo conscientes de sus habilidades y ayudándoles a identificar la profesión que más afinidad tiene con sus intereses, ya sea en el ámbito de la Formación Profesional, la Universidad o el Arte, por citar algunos contextos laborales concretos.
Pero qué duda cabe de que no todo el mundo puede trabajar en lo que le gusta, ni ha podido elegir profesión; en este caso, es responsabilidad de cada uno buscar el sentido a su trabajo y dotarlo de relevancia, ya que sin duda toda actividad profesional sirve a un fin, ya sea la seguridad económica, prestar servicios a la sociedad o cualquier otra finalidad, pero en definitiva se trata de dar sentido y valor a lo que hacemos y tratar de hacerlo lo mejor posible, y que de este modo favorezca nuestra empleabilidad.
Esto no significa que haya que adoptar una postura pasiva ante el hecho de tener que desarrollar un trabajo que no nos satisface; por el contrario, la empleabilidad consiste en tomar iniciativas, en ser proactivo y anticiparse, invirtiendo esfuerzo en la formación continua y en la búsqueda de oportunidades; hoy en día se habla mucho de la emprendeduría interna, es decir, de aquellas personas con capacidad de creatividad e innovación, que asumen la responsabilidad de aportar valor añadido a las empresas en las que trabajan, y proponen ideas novedosas acerca de productos y procedimientos internos, como si de su propia empresa se tratara. Esta actitud también es una garantía de empleabilidad: la identificación con el trabajo convierte a los profesionales en emprendedores internos, que hacen suyos los objetivos de la compañía y hacen propuestas de mejora que les convierten en personas imprescindibles para la buena marcha de la empresa en la que trabajan.
A modo de resumen, diríamos por tanto que desarrollar un trabajo hacia el que nos sentimos orientados vocacionalmente por coincidir con nuestros intereses o capacidades, o dotar de sentido al que ya tenemos aunque no coincida totalmente con estos, nos da el impulso necesario para realizar los esfuerzos que requiere alcanzar la excelencia profesional, y se convierte así en el mejor soporte de la empleabilidad, tanto para evolucionar en una compañía, como para lograr un nuevo trabajo si no lo tenemos.