Poco a poco se va acercando las estaciones más cálidas del año y, como consecuencia, empezaremos a hablar del efecto isla de calor urbana (ICU). Un fenómeno que quizá no conozcan por su término técnico muchos habitantes de las principales ciudades de nuestro país, pero que desde luego padecen especialmente en la época en la que las temperaturas empiezan a ascender.
¿En qué consiste el efecto isla de calor urbana?
La “isla de calor urbana” es un fenómeno de origen térmico que se produce en áreas urbanas y que consiste en que existe una temperatura diferente, que tiende a ser más elevada especialmente durante la noche, en el centro de las ciudades -donde se suele producir una edificación masiva- que en las áreas de alrededor, como extrarradios o zonas rurales.
Los expertos atribuyen este fenómeno a diversos factores, entre ellos:
- Existen numerosos elementos que desprenden calor en el centro de las ciudades. Los sistemas de climatización, los coches, las luces… especialmente concentrados en los núcleos urbanos, calientan el aire de los centros urbanos mucho más que en las afueras.
- Los materiales que se utilizan para construir en las ciudades (asfalto, cemento, etc.) lo favorecen. Por la noche estos materiales se desprenden muy lentamente de calor que captan durante el día, lo que aumenta las temperaturas nocturnas. Algo que no sucede en las áreas más rurales que rodean las ciudades, donde abunda la tierra que tiene la capacidad de perder el calor más rápidamente.
Diversos estudios demuestran cómo el fenómeno de la isla de calor afecta a distintas ciudades españolas:
- 10 grados centígrados de diferencia entre el centro de Valencia y las afueras. Un estudio llevado a cabo hace algunos años recogido por el diario Las Provincias mostraba que, algunas noches, la ciudad de Valencia registraba hasta 10 grados centígrados de diferencia entre el centro de la ciudad y el Aeropuerto de Manises, situado a 5 kilómetros del núcleo urbano. Al parecer, esta diferencia de temperatura se debía al gran número de huertas que rodean la ciudad, con un suelo que se enfría de manera eficaz en noches calmadas y rasas.
- El caso de Barcelona. Según datos recogidos por el diario Levante, el Observatorio de Can Bruixa, en el centro de Barcelona, solo registró un día de helada desde 1987, el 27 de enero de 2005, con -1º de mínima. En cambio, en el observatorio de Barcelona-Sant Andreu a pesar de que no son habituales las heladas, casi cada año el termómetro alcanza temperaturas bajo cero. La temperatura media en el centro de Barcelona en el periodo 1987-2010 fue de 18,2º, mientras en el Aeropuerto de Barcelona fue de 15,5º en el trienio 1971-2000.
- El efecto isla de calor en Madrid. En 2016, investigadores de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) presentaron durante el III Congreso Internacional de Investigación en la Construcción y Edificación (COINVEDI) las notables diferencias de temperatura obtenidas entre diferentes puntos de la ciudad de Madrid, que en muchos casos superaban los seis grados centígrados “como consecuencia del impacto de la isla de calor urbana”. Así, en julio de 2015, y en plena ola de calor, en la Ciudad Universitaria se registró a medianoche una media de 27 grados, mientras que en el entorno de Ventas (más céntrico) las temperaturas se situaban por encima de los 33. Según los investigadores “estas diferencias de temperatura son, no obstante, muy variables y dependen tanto del momento del año como del día en el que se registren. En Madrid parece que las mayores diferencias se dan en los meses más cálidos, siempre pocas horas después del atardecer”.
Sin embargo, en contra de lo que pueda parecer, el efecto isla de calor no es un fenómeno nuevo, sino que está documentado desde hace siglos. En 1817, Luke Howard descubrió diferencias térmicas en el centro urbano de Londres, donde se registraban temperaturas más altas que los campos de los alrededores. Concretamente, Howard determinó que existía una diferencia térmica de 3,7 grados fahrenheit (2,2° grados centígrados) durante la noche, mientras que durante el día la diferencia de temperatura era mucho menor.
Efecto isla de calor y la floración de los cerezos
La floración del cerezo es muy sensible a los cambios térmicos y, en consecuencia, puede adelantarse o retrasarse sólo en función de la temperatura.
Por ello, esta planta es un indicador perfecto de cómo la urbanización y el cambio climático han cambiado sus costumbres.
Así lo demuestran los estudios llevados a cabo por Yasuyuki Aono, investigador de la Universidad de la Prefectura de Osaka quien ha recopilado registros de Kioto (Japón) que se remontan año 812 d.C. a partir de documentos históricos y diarios. En la ciudad central de Kioto, en Japón, la floración de los cerezos alcanzó su punto máximo el 26 de marzo de 2021, la más temprana en más de 1.200 años, según Aono.
Cierto es que las fechas de máxima floración cambian cada año en función del clima o la lluvia, entre otros factores. Sin embargo, este investigador encuentra un patrón ya que la tendencia general es que cada vez se adelante más. Durante siglos la floración se producía a mediados de abril, pero ya en el siglo XIX empezó a producirse a principios de abril.
Y la situación no ha hecho más que agudizarse: la temperatura era baja en la década de 1820, pero ha aumentado unos 3,5 grados centígrados hasta ahora.
Afecta a la climatización de los edificios
Según los investigadores de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), el impacto que la isla de calor urbana ejerce sobre algunas tipologías de viviendas puede llegar a duplicar la demanda estimada de refrigeración. De ahí la importancia de contar con el asesoramiento de expertos en instalaciones térmicas y eficiencia energética que sepan ofrecer soluciones en función de las necesidades específicas de cada instalación y edificio.
Los investigadores de la UPM consideran que a la hora de evaluar energéticamente las edificaciones, los principales softwares de simulación energética no tienen en cuenta la islas de calor urbanas, ya que utilizan los mismos datos climáticos para zonas no rurales como para zonas rurales, sin tener en cuenta la morfología urbana. “Este hecho nos lleva, por un lado, a justificar la necesidad de incluir en los archivos climáticos utilizados en los programas de simulación un modelo dinámico de la isla de calor urbana, y también a caracterizar térmicamente esta en función de la morfología urbana de Madrid”, explican.
Otro estudio llevado a cabo por la firma internacional Arup en cinco grandes ciudades (Londres, Berlín, Melbourne, Hong Kong y Los Ángeles) muestra la posibilidad de utilizar envolventes vegetales en los edificios para mejorar las ciudades y la calidad de vida de los habitantes, neutralizando el efecto isla de calor. “Se trata de una oportunidad única para replantearnos cómo las urbes pueden mejorar las infraestructuras verdes y, al mismo tiempo, minimizar el consumo de energía”, explican.
Está demostrado que las envolventes vegetales en edificios pueden ayudar a reducir el efecto isla de calor, así como mejorar tanto la acústica como la calidad del agua. Pueden gestionar el agua de lluvia, crear hábitats de agricultura urbana, dar mayor longevidad a las cubiertas y mejorar el bienestar social a través del diseño basado en la conexión del ser humano con la naturaleza, integrándola en las construcciones.