Lo decía Benjamín Franklin, “el tiempo es el más precioso de los bienes; su pérdida, la mayor de las prodigalidades”. También decía que el tiempo es oro, quizá por esto siempre decimos que no tenemos suficiente. Pero hay una realidad que se impone a las demás: las horas, minutos y segundos duran exactamente lo mismo para todos y lo que varía sustancialmente es el empleo que hacemos de ellos.
La realidad también demuestra que las personas tendemos a realizar antes las tareas que más nos atraen o nos parecen más urgentes, y a ir postergando las que menos nos satisfacen o no consideramos urgentes, aunque tengan mayor relevancia para nuestro futuro, pero la excusa que acostumbramos a darnos a nosotros mismos, y a los demás, es no tengo tiempo.
No es el objetivo de este artículo realizar recomendaciones sobre técnicas de gestión del tiempo, sino intentar contribuir a reflexionar acerca de qué actitudes personales favorecen o, por el contrario, dificultan una gestión productiva de nuestro tiempo.
El hecho de postergar tareas que son cruciales para nuestro desarrollo, pese a saber que perjudicará la consecución de los objetivos que tenemos marcados, tiene nombre: procrastinación. Este concepto supone aplazar cuestiones de cuya importancia somos conscientes, anteponiendo otras que pueden ser menos relevantes en ese momento.
Reproducimos aquí la frase con que Francisco Sáez, fundador de Facile Things inicia su artículo sobre 20 formas de dejar de procrastinar, “Aplazar una cosa fácil hace que sea difícil. Aplazar una cosa difícil la hace imposible.”(George Claude Lorimer).
Entonces, ¿cuál es la diferencia entre las personas que parecen tener tiempo para todo, y aquellas otras a las que parece faltarles siempre tiempo, en similares circunstancias objetivas?
La causa más obvia puede ser una incorrecta planificación; no planificar las tareas y actividades a desarrollar dificulta alcanzar los objetivos, lo que termina afectando a la motivación y energía necesaria para lograr las metas marcadas.
Otra causa, comentada al inicio de este post, es el decirnos a nosotros mismos que no tenemos tiempo, pero la realidad es que basta un poco de autorreflexión para ser conscientes de que encontramos el tiempo para hacer aquello que más nos motiva o nos resulta más fácil, y sin embargo nunca encontramos tiempo para aquellas otras cosas que nos gustan menos aunque sean relevantes para nuestro futuro, ya sea personal o profesional. Cada vez que aplazamos algo que nos consta que debemos otorgarle prioridad, deberíamos preguntarnos: si ahora no, ¿cuándo? ¿Para qué estoy demorando esta decisión/tarea? La mayoría de las veces seguramente nos responderemos que debería ser ahora, y que no obtendremos ningún beneficio postergándola.
Por tanto, el sacar la máxima eficiencia al tiempo de que disponemos, con la autosatisfacción que conlleva, es más una cuestión de actitud que de cantidad de tareas a realizar: depende de uno mismo, y el interrogado debe ser uno mismo. ¿Qué puedo hacer YO para ser más productivo con mi tiempo?
Evitar el sufrimiento que causa la percepción de no estar cumpliendo con nuestras tareas/obligaciones es casi tan difícil como evitar el sufrimiento del autoexigente y perfeccionista, que se marca metas y las sigue con inflexibilidad y control férreos, y cae en el desánimo cuando no las alcanza, a veces porque eran inalcanzables.
¿Cuál es, entonces, la actitud que nos ayuda a hacer una gestión de nuestro tiempo más eficaz y productiva?
- Tener objetivos claros, priorizarlos y gestionarlos adecuadamente.
- Huir del autoengaño: cumplir con lo planificado, sin excusas que no nos convencen a nosotros mismos, ¿para qué lo estoy aplazando? Si por el contrario hay razones objetivas de peso para cambiar la planificación, hacerlo sin auto recriminaciones.
- Positividad, los auto reproches son improductivos, deterioran la autoestima y nos paralizan; no mirar al pasado sino al futuro, en vez de recriminarme por lo que no he hecho, me reto para que no me vuelva a pasar en el futuro.
- Solicitar feedback honesto de personas en las que confiemos cuando dudemos acerca nuestra capacidad para priorizar y gestionar adecuadamente nuestro tiempo.
- Cambiar el “tengo que” por el “voy a” o “quiero hacer”; en muchas ocasiones utilizamos un lenguaje de obligación, incluso para actividades que hemos elegido libremente (“tengo que ir a cenar con unos amigos”). Utilizar un lenguaje positivo causa más satisfacción y motivación y nos ayuda a afrontar las tareas más difíciles con mayor energía.
- Cada vez que empleemos la frase: NO TENGO TIEMPO, reflexionar para qué otras cosas menos importantes y relevantes para nuestro futuro y nuestro desarrollo sí tenemos tiempo, y nuevamente, no nos auto engañemos.